Soy Virginia, madre de Emma, que acaba de cumplir 4 años. Cuando Emma nació, nada fue como yo había soñado: mi deseado parto natural respetado se convirtió en un largo parto inducido que acabó en una cesárea.
Y a las 16 horas de nacida, las analíticas revelaron unas hipoglucemias en Emma que obligaron a ingresarla en neonatos, ponerle suero glucosado en vena y una sonda nasogástrica. Sentía que nada podía ir peor.
Entre sacaleches y viajes a neonatos empezó nuestra lactancia, y recuerdo que me sentía impotente. Mi gran obsesión era producir suficiente leche como para que no tuvieran que suplementarla con fórmula: ¡era lo único que estaba en mis manos! Pregunté por la leche de banco, pero me dijeron que había muy poca y que estaba reservada a niños en estado muy grave: muy prematuros o con dolencias digestivas complicadas.
Cuando esperas un bebé sano, nunca piensas que te tocará a ti
Por suerte, no era nuestro caso. Vimos en neonatos casos mucho más graves que el nuestro: de alguna extraña forma, nosotros éramos afortunados.
Los primeros días fue imposible evitar la leche de fórmula: sus hipoglucemias hacían obligatoria una alimentación más abundante de lo que yo, que aún no me había subido la leche, podía producir. Pensé que también me tendría que despedir de mi lactancia soñada… Aun así, insistí con el sacaleches, le dieron a Emma cada gota que yo me saqué, y así vivimos durante 21 días con sus noches: de día todas las horas que me era posible con ella en el hospital, y de noche en casa con el sacaleches.
vivimos en neonatos casos mucho más graves que el nuestro
Pronto conseguí producción suficiente, y empecé a guardar el sobrante en el congelador de casa. Cuando le dieron el alta, y con la lactancia a demanda ya plenamente establecida, una enfermera me dijo que podía darlos al banco de leche. Me pareció una idea genial ayudar a todas esas mamas que, como yo pero con peor pronóstico, luchaban en neonatos por sacar a sus hijos adelante.
Doné toda aquella leche, y seguí sacándome: para Emma cuando me incorporara al trabajo, pero también para los «niños malitos», que se convirtieron en miembros de nuestra familia, ocupando un gran espacio en nuestros corazones… ¡y en el congelador! Cuando esperas un bebé sano, nunca piensas que te tocará a ti, pero son muchas las familias que luchan durante días, semanas o meses por sacar a sus hijos adelante en una planta de neonatos.
Para mí fue sanador, después de vivir una experiencia así, saber que podía ayudar a mamás y a bebes que estaban pasando por ese trance. Saber que, gracias a muchas mamás, todas esas familias no están solas. Doné leche hasta que Emma tuvo 11 meses. Si tengo otro hijo, sin duda volveré a hacerlo. Me siento muy orgullosa de ser «madrina de leche».
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